El pasado día 21 de enero estuvimos en le Teatro Romea de Murcia. Esta es la impresión que le causamos a Miguel Casas de Murciocio:
Acudiendo
con puntualidad a la cita con el Cervantes menos conocido, que no es
otro que el Cervantes dramaturgo, este pasado sábado atravesamos el
luminoso vestíbulo del Teatro Romea de Murcia para presenciar la
representación que, de El cerco de Numancia, nos iba a traer Verbo Producciones; prestigiosa compañía radicada en Mérida y especializada en teatro clásico.
Así, tomando asiento entre el numeroso público que
poco antes de la función llenó el patio de butacas y las plateas del
soberbio coliseo murciano, nos dispusimos, una vez más, a dejarnos
envolver por esa irresistible magia que, solo en el teatro, permite que
la palabra escrita se convierta en voz, que los personajes cobren vida,
que los sueños se hagan realidad y que el alma humana -divina, infinita e
insondable- se desnude para devolvernos, como si estuviéramos ante un
espejo, el reflejo de la grandeza y las miserias que todos encerramos
dentro.
De este modo, ya con las luces de la sala
apagadas, comenzamos el viaje a través de los siglos para, sobrevolando
la España de 1580 en la que Miguel de Cervantes escribió con pluma
clasicista su gran tragedia épica, descender en la Hispania del año 133
a. C. y acabar tomando tierra frente a las murallas de Numancia, en un
campamento romano, donde veríamos a dos soldados discutiendo acerca de
la guerra: uno, joven, soñando con las gestas que habrían de cubrirle de
fama y gloria; y otro, veterano, recordando los desastres que le habían
llevado al desengaño y al abandono.
A continuación, recién llegado de Roma con la
misión de acabar con la guerra que ya duraba más de quince años,
irrumpiría en escena Escipión Emiliano, símbolo del poder y el éxito
romanos, para, desde una alta peña, arengar a las desmoralizadas tropas
desplegadas en torno a las murallas de Numancia. Sin embargo, el cónsul,
comprobando el paupérrimo estado de sus milicias y deseando vencer
empleando antes la razón que la fuerza, resolvería evitar el combate y
someter a sitio a Numancia hasta que ésta, como un fruto maduro, cayese
sin condiciones en sus manos.
Entonces, posando el objetivo en el interior de
Numancia, nos adentraríamos en las calles y en las plazas de la ciudad,
que ya se hallaba cercada por hondos fosos y pronunciadas empalizadas,
para que la pluma de Cervantes nos mostrara, a través de personajes como
el caudillo Teógenes, el guerrero Leonicio y, sobre todo, a través de
la historia de los jóvenes Marandro y Lira, toda la incomprensión, la
rabia y la angustia que sintió un pequeño pueblo que, perseguido y
arrinconado por un imperio, prefirió morir tal y como había vivido a
vivir dejando de ser lo que había sido.
De esta manera, trasladando la acción
alternativamente desde el campamento romano al interior de la ciudad
sitiada, Cervantes iría jugando con conceptos tradicionalmente
considerados absolutos y opuestos como la muerte y la vida, la derrota y
la victoria, el olvido y el recuerdo, o el deshonor y la gloria, para
descubrirlos relativos y equívocos en torno a las cenizas y las piedras
de Numancia; ciudad que, lejos de ser derrotada y olvidada, se
convertiría para el escritor en ejemplo vivo de integridad y resistencia
frente al abuso y la crueldad que, tantas veces, conlleva el ejercicio
del poder en cualquiera de sus formas y en cualquier época.
Por eso, este sábado en el Teatro Romea, entre las
jornadas de la obra cervantina, un mensaje sería repetido con
vehemencia por el espectral coro griego que introdujo brillantemente
Florián Recio en su versión para Verbo Producciones: “Numancia no es una
historia antigua, es una historia eterna”. Así, eterna y, por tanto,
contemporánea también, la tragedia de Numancia aparecería ante los ojos
del público no como una lejana ficción histórica, sino como una realidad
plenamente actual que, incluso sería extrapolable, más allá de su
carácter colectivo, al plano más íntimo e individual.
En este sentido, por un lado, eliminando de la
representación los personajes alegóricos que en el original chocaron con
el tratamiento realista de la trama y, por otro lado, dando entrada a
un magnífico coro que se integraría la perfección en la obra debido al
tema clásico y al tono solemne de la misma, la versión de la obra
cervantina elaborada por Verbo Producciones se desplegaría sobre las
tablas del Romea como una composición altamente depurada en la selección
de personajes y escenas, notablemente ágil en el desarrollo del ritmo
dramático y, en conjunto, sumamente coherente.
Pero además, si a los innegables aciertos del
texto revisado por Recio, le sumamos, en primer lugar, los valores
simbólicos que la puesta en escena logró imprimir en la obra mediante la
combinación de elementos clásicos y modernos armónicamente dispuestos
y, en segundo lugar, la rotundidad de unas interpretaciones que fueron
verdaderamente impecables de principio a fin, nadie debería extrañarse
de que, una vez finalizado El cerco de Numancia el Teatro Romea, aplaudiendo en pie, acabase rendido al talento de Cervantes y al trabajo magistral de Verbo Producciones.