viernes, 18 de junio de 2010

A las duras y a las maduras


Si en este blog se cuelgan las críticas cuando son buenas (que desde que existe, aunque pocas, han sido buenas) también, por honestidad, hay que hacerlo cuando no lo son del todo. Estoy de acuerdo en casi todo lo que ella refleja, porque a la hora de optar por hacer "La Posadera", ha sido una elección muy clara el camino que queríamos tomar como productora. Eso, sabemos que nos deja a los piés de los caballos en alguna ocasión, pero me parece una crítica muy a tener en cuenta y con criterio. Bajo el título de "¿Quién? ¿Goldoni?", Luigi Giuliani, opina lo siguiente en el Diario Hoy del 18 de junio:


"Cuando Carlo Goldoni escribió en 1752 'La locandiera' (La posadera), llevaba ya varios años intentando desmantelar la 'commedia dell'Arte' italiana y desterrar los elementos más evidentes de ese teatro: el uso de la máscara, la improvisación, la comicidad de gesto excesivo y frenético. Goldoni, tal como hicieran Diderot, Moratín y otros reformadores del teatro europeo del s. XVIII, la sustituyó con formas nuevas en equilibrio entre la comedia tradicional y el drama, y con contenidos que casaban con los ideales sociales de la burguesía. En Mirandolina, la protagonista de 'La posadera', el autor italiano retrató a una mujer sensata, elegante y discreta en el trato con sus huéspedes, y al mismo tiempo consciente de su propio atractivo, portadora de un sentido común y una modestia que la hace superior a los clientes varones que pueblan su posada. Y al final de la obra, ante las pretensiones de esos hospedados aristócratas, prefiere casarse con uno de su clase, su servidor Fabrizio, el único que la quiere de verdad.
De ese Goldoni, de esa Posadera, de esa Mirandolina, queda muy poco en el montaje de Samarkanda Teatro (y Verbo Producciones). Su director Paco Carrillo y el autor de la versión Francisco Romero han optado por una lectura completamente distinta del texto, consiguiendo un montaje con momentos de gran brillantez, pero también con algún defecto, que genera ciertas dudas sobre el planteamiento general de su dramaturgia.
Veamos. La reducción de nueve a cuatro en el número de los personajes (dictada por obvias y legítimas razones de conveniencia) deja algún que otro cabo suelto y desdibuja bastante el mecanismo dramático goldoniano. En particular, el recorte del papel del Conde de Albafiorita (que en el montaje aparece sólo en la última escena) y el trasvase de varios de sus diálogos a los parlamentos del Caballero, cargan en exceso la parte de este último. Y la figura Marqués queda deslucida al suprimirse muchos de los combates verbales que mantenía con el Conde. Por otra parte, la desaparición de la trama secundaria de la pieza es compensada con la introducción de varios monólogos que se me antojan como innecesarios por proporcionar al público información redundante: estos soliloquios son tal vez el punto más débil del montaje. En cambio, el nivel vuelve a subir en las escenas que más se adhieren a los diálogos originales y en que se introducen varios 'lazzi' a la manera de la 'Commedia dell'Arte'. Y resultan realmente hilarantes los 'intermezzi' musicales de Fabrizio (Pedro Montero). En su conjunto, pues, el montaje renuncia a profundizar en la psicología de la protagonista y apuesta por una estilización de los demás personajes transformados en caricaturas a veces excesivas. Así, la dirección de actor guía a Ana García por las sendas de una gestualidad demasiado explícita que le hace perder matices a la encantadora Mirandolina goldoniana, y convierte al sensato y enamorado Fabrizio en un gracioso de comedia del Siglo de Oro con toques guiñolescos. Al mismo tiempo, esos tonos farsescos se emplean mejor en los papeles del Marqués (Fernado Ramos) y del Caballero (Fermín Núñez), que se prestan más a ser ridiculizados por sus caracteres. De esta manera, la dirección de Carrillo traiciona los planteamientos de Goldoni, porque reintroduce en la escena el espíritu de los cómicos 'dell'Arte' que aquél quiso suavizar con su reforma teatral. La suya es una relectura que aprovecha el buen oficio de un carteto de actores muy dotados y que indudablemente proporciona a los espectadores unos momentos de alegría pero que tal vez adolezca de una pizca de superficialidad."