miércoles, 10 de mayo de 2017

Crítica de "El cerco de Numancia" aparecida en "Butaca de Primera"



Numancia para nosotros es, hoy, más analogía que mito.
Esas son las palabras del director de este montaje, Paco Carrillo, con las que quiere dejar claro que la historia de Numancia no es un caso aislado y ni mucho menos mitología. Numancia sigue existiendo cada vez que enciendes la tele. Numancia está viva cada vez que te metes en tu muro de Facebook y ves el último ataque a civiles en Siria. Por desgracia, por muchos siglos que hayan pasado, todavía siguen alzándose "cercos de Numancia".
El cerco de Numancia está basada en una obra cervantina que adapta Florián Recio. El argumento gira en torno a la resistencia de la ciudad celtibérica de Numancia, la cual se niega a ser invadida por el vasto Imperio Romano. El general romano Escipión, harto de fracasar en intentos, decide asediar la ciudad con un cerco hasta conseguir la rendición. Sin embargo, con lo que no cuenta el general es con que el pueblo numantino no se doblegará fácilmente.
La historia de Numancia bien podría ser un divertido episodio de esa aldea de irreductibles galos en la que Astérix y Obélix plantaban cara al Imperio Romano. Sin embargo, los numantinos no disponían de poción mágica y un druida; lo único que tenían era la dignidad y la valentía. Sin embargo, esos valores son insuficientes cuando ves que tu pueblo va cayendo lentamente y que el enemigos se saldará con la victoria tarde o temprano.
Desde el comienzo de la obra, se deja claro que no se trata de una historia del pasado, sino de algo que sigue pasando día tras día frente a nosotros. De hecho, no nos importa nada conocer el final de la tragedia porque lo sabemos desde el minuto, pero lo interesante es ver cómo un pueblo es capaz de resistir una tormenta romana con tal de no sublevarse ante un Imperio que amenaza con arrebatarles su identidad.
Paco Carrillo ha sido capaz de darle un gran ritmo a la obra y maneja el ritmo in crescendo a la perfección. Aunque sin duda, lo mejor de El cerco de Numancia son sus personajes con tantos matices. Obviamente, nosotros como espectadores vamos a estar con los numantinos, pero como todo buen texto, este no es maniqueísta y no se opta por representar como villanos a todos los romanos. Esto se consigue a través de la humanización de uno de los militares, el cual no entiendo por qué se tiene que derramar tanta sangre inocente y de un general que consigue, aunque tarde, ser consciente de su maquiavélico plan para conseguir la rendición.
Si ya Paco Carrillo había dejado claro al principio que El cerco de Numancia era una analogía, volverá a insistir cuando en mitad de una obra ambientada en el siglo II a.C, aparezcan imágenes con rostros muy conocidos entre los que se pudo ver a Putin, Merkel y al mismísimo presidente actual de nuestro gobierno.
Como todo relato épico, hay una historia de amor que nos pone los pelos de punta porque desde la primera vez que la pareja se encuentra, sabemos que el destino de esta no va a ser fácil. Los actores Manuel Menárquez y Ana García estuvieron espléndidos en la piel de Malandro y Lira y consiguieron meternos de lleno a todo el público que vivía el sufrimiento junto a ellos.
Decir que unos actores destacaron más que otros sería injusto, ya que es la obra más equilibrada a nivel actoral que he visto del Festival de Mérida. De hecho, al salir de la obra todo el público repetía que era increíble el buen trabajo actoral de todo el equipo. Aunque es cierto, que detrás del gran trabajo de actores y dirección, también se encuentra un espléndido texto que cuida la caracterización de cada uno de los personajes.
Me pareció muy buena y resolutiva la forma de simbolizar el cerco a través de una tela que "aprisionaba" a los numantinos. No hacía falta más que eso para mostrar las cadenas de unos ciudadanos avocados a una extinción inmediata.
El cerco de Numancia es una de esas obras en las que desgraciadamente, nunca se baja el telón porque sabes que no hay un final esperanzador. Hoy en vez de llamarse Numancia, se llama Siria, Chechenia o Libia. Distintos nombre, mismo sufrimiento. Lo "bueno" (y muy cruel) es que el texto que Cervantes escribiera en 1585 seguirá teniendo vigencia por los siglos de los siglos.